El emperador Maximiliano había adoptado a Don Salvador de Iturbide como coheredero al lado de su primo Don Agustín de Iturbide en septiembre de 1865.
Don Salvador de Iturbide, príncipe de México, nació en la ciudad de México, hijo del emperador Agustín, octavo hijo y tercer varón. Don Salvador fue adoptado y nombrado coheredero (segundo en la línea) al lado de su primo Don Augustín de Iturbide por el emperador Maximiliano en 1865.
Después de la caída del segundo imperio, Don Salvador permaneció en Europa. El fue educado en el colegio de ST. Barbe en París. Después de completar sus estudios se mudó a Viena y de ahí pidió al emperador Franz Josef una pensión la cual era una deuda como hijo adoptado y heredero del hermano asesinado del emperador Franz Josef.
Mientras se encontraba en Viena se hizo amigo del muy rico húngaro el Barón Gyula Gaspar Mikos de Tarrodhaza quién acababa en volver de un largo viaje por Sudamérica. El Barón Gyula Gaspar era gran admirador de Sudamérica y él estaba esperando obtener varias cartas de presentación de Don Salvador de Iturbide para su siguiente viaje hacía Argentína, Chile y Peru.
El hermano de Barón, el Barón Johann Mikos ya era conocido de Don Salvador de Iturbide debido a que había servido en la armada imperial mexicana como voluntario. Y por eso fue que Don Salvador fue invitado al castillo de la família Mikos en el Estado de Mikosszéplak.
Aquí Don Salvador fue presentado a la hermana del Barón, la Baronesa Gizella. La presentación se torno en romance y el 21 de junio de 1871 Don Salvador y la Baronesa Gizella se casaron en el castillo de la família Mikos en Hungría. El hombre de honor en la boda de Don Salvador fue el más cercano de sus amigos el Barón Ferdinando Tunkl von Aschbrunn y Hohenstadt cuyo hijo se casaría más tarde con su hija.
Tres hijas nacieron de esta unión. Después de su matrimonio Don Salvador y Doña Gizela vivieron en el castillo de Mikos, el cual rentaron al Barón Johann Mikos. Después el Barón Johann, que tenía la reputación de ser un poco excéntrico, encontró una sociedad y una revista dedicada al espiritualismo y decidió vender su castillo y se quedó sin mensionar este hecho a Don Salvador. Don Salvador se sintió ofendido y se marchó con su família a Venezia donde rento un palacio al Conde Zeno en el Gran Canal.
Don Salvador y Doña Gizela se convirtieron en figuras lideres en la sociedad de Venecia. Don Salvador se volvió un amigo cercano de Don Carlos (VII.). El duque de Madrid y Carlista pretendiente al trono de España. Don Carlos los nombró a ambos, a Don Salvador y Doña Gizela, la órden personal de Carlos. En un artículo del New York Times sobre la sociedad de Venecia Don Salvador fue reconocido por el autor, como „el más apuesto de los hombres en Venecia.”
La larga correspondencia entre Don Carlos y Don Salvador aún sobrevive en los archivos privados de la família.
Don Salvador era un infatigable viajero que visitó la mayoría de las grandes ciudades de Europa. Cuando él no viajaba o socializaba, él expresaba su deseo por restitución en contra del gobierno mexicano. Él fue premiado con una pensión por el emperador Franz Josef pero regularmente él pedía que está se incrementara.
En febrero de 1895 mientras visitaba Ajaccio en Corsica cayó enfermo y murió debido a una ruptura de apendice a la edad de 45 anos sus restos fueron regresados a Venecia y él fue enterrado en la Isla de San Michelle.
Su viuda Doña Gizela permaneció en Venecia e hizo relación con el conde Emil Jenison Walworth. El 14 de mayo de 1900 se unen en un matrimonio en Paddington, en Londres. Los Jenison-Walworth eran una antigua y noble família de Country Durham y aparecen en el libro del juicio final. Ellos pierden la mayoría de sus títulos en el tiempo de la reforma. En el siglo XVIII. Los Jenison-Walworth emigran a Alemania y subsecuentemente son elevados al rango de conde. El conde Emil Jenison-Walworth muere en Nice en 1910 y su esposa permanece en Francia hasta 1918. Ella regresa y muere en una casa de asistencia en Graz en 1921.
El hermoso Salvador de Iturbide
Por Juan Balanso
Salvador, el segundo de los Iturbide elevado oficialmente a la categoría de príncipe por Maximiliano, teniendo en vista su posible, había sido enviado, como se recordará, a Europa pues a sus quince años podía facilitársele una amplia educación. El embajador de México en París, José Hidalgo, informaba satisfecho en uno de sus despachos a los emperadores:
Cuando sale del colegio vive conmigo, nada gasta, y es muy dócil. Por fortuna el príncipe me quiere bien y me escucha, razona y cede. El otro día entramos a fondo en el tema de lo que Su Majestad está haciendo con él e hice resaltar todo lo que debía a la bondad del Emperador, cómo le correspondía, entre otras cosas, estudiar más y más para hacerse digno de la confianza en él depositada; le hablé de la necesidad de no envanecerse y la de seguir mostrándose en todo y con todos afable, digno, circunspecto y benévolo, y elevarlo todo a Dios y al Emperador. El Príncipe tiene buena índole y es preciso hacerle la justicia de que se siente muy agradecido y de que no ha perdido la actitud natural de su edad. Tiene mucho amor propio, y de él me sirvo para dirigirle.
En agosto de 1866, el joven príncipe recibió en la estación de París a la emperatriz Carlota, quien llegaba para entrevistarse con Napoleón III y pedir auxilio para el Imperio que se derrumbaba.
Tras la tempestuosa entrevista, Carlota se retiró con Salvador y otros mexicanos de su séquito a su castillo de Miramar, cerca de Trieste, y permaneció allí unas semanas con sus invitados, antes de regresar a México. La soberana pudo apreciar las cualidades de Salvador, de quien se deshizo en elogios ante Maximiliano. Se decidió que el joven ingresaría en la academia militar de Saint-Cyr enseguida. Escribía Salvador a su tía Josefa:
Hace diez días que me retiraron del colegio de Sainte-Barbe. Pienso ir donde el emperador está (sic. esto es, a México), le diré que la predisposición que la nación francesa tiene contra la nuestra y contra él en particular, no permite que yo siga en ella y le pediré que me dé un puesto cualquiera en el ejército.
Pero la situación política no permitió el viaje del príncipe a su patria. Cayó el Imperio de Maximiliano y, que sepamos. Salvador residió luego en Europa toda su vida. Muerto el emperador, las cortes de Viena y de Bélgica le señalaron, como hijo adoptivo del finado, un pensión para vivir con decoro.
Era la época en la que se peleaba por la unidad de Italia y los Saboya y Garibaidi ya habían logrado destronar al rey de Napóles, al duque de Parma, al duque de Módena y gran duque de Toscana, despedazando el magnífico mosaico de estados que presentaba la península Itálica. Los unitarios amenazaban Roma. Allí, el cuerpo de los zuavos pontificios estaba llamando la atención del mundo católico, pues se distinguía por su valor; estaba compuesto por jóvenes de la nobleza de Francia, España, Hungría, Polonia, Portugal, unidos en defensa del Papado.
El príncipe Salvador, sin pensarlo dos veces, se enroló en enero de 1868 como simple soldado en el cuerpo de Dragones Pontificios, rechazando un grado militar que el general Kansler, jefe del ejército de la Santa Sede, recordando que el fusilado Maximiliano había sido padre adoptivo y tutor del príncipe, le ofreció.
La entrada de las tropas saboyanas en la Ciudad Eterna en septiembre de 1870, puso fin a la independencia de los Estados Pontificios y con ella al ejército del Papa, que quedó reducido a unos simples cuerpos decorativos. El joven Salvador fue internado en el campo de prisioneros de Alessandria, pero la embajada de Austria se interesó por su liberación y el príncipe se instaló en Venecia (entonces parte del Imperio austro-húngaro).
En el cuerpo de zuavos Salvador había intimado con el infante don Alfonso Carlos de Borbón, hermano del rey carlista Carlos VII.
El infante le presentó a su hermano y nació entre el pretendiente español y el príncipe mexicano, de edades semejantes, una amistad que duraría toda la vida. En sus memorias Veinte años con Don Carlos, testimonia el conde de Melgar, secretario del rey proscrito:
El mayor amigo que tuvo en Venecia Don Carlos fue el príncipe don Salvador de Iturbide, nieto del emperador Agustín de México, que venía diariamente al palacio de Loredan y acompañaba a Carlos VII casi todos los días al Lido. El príncipe de Iturbide era, después de Don Carlos, uno de los hombres más hermosos que yo he visto, lo cual fue causa de que, en su primera juventud, mientras servía en el Ejército Pontificio, fuese el héroe de muchas aventuras galantes, pues todas las señoras de la aristocracia romana se lo disputaban.
Sigue contando Melgar que «Salvador no tenía fortuna personal, pero disfrutaba de una pensión que le había signado el emperador Francisco José para honrar la memoria de su hermano Maximiliano, reconociendo al mismo tiempo a los dos príncipes de Iturbide como príncipes austríacos, con el tratamiento de Altezas».
Un periodista norteamericano escribió por entonces en la revista The Worid, de Nueva York:
Como republicano, debo reconocer que es una desgracia que este tipo sea un príncipe, no sólo por nacimiento, sino también por adopción… Tiene hermoso físico, y no sólo es un experto en deportes y ejercicios varoniles, sino espléndidamente versado en idiomas. Cuando sirvió en el ejército del Papa era conocido por las damiselas de Roma como «el bello Dragón». Siempre llevaba en el bolsillo una gran moneda mexicana, de oro, con el perfil de su abuelo, con el que guardaba estrecho parecido.
Carlos VII, que apreciaba mucho a Salvador, le enviaba notas íntimas. Al regreso de un viaje del pretendiente a México, le escribió un billete entusiasta que reproducimos fotográficamente: «Si no fuese español, quisiera ser mexicano», y el 4 de noviembre de 1882, le concedió un alto honor:
Mi querido Salvador:
Siento no haberte conocido durante la guerra (carlista) pues sé que hubieras sido un buen soldado y un leal defensor de mi causa, pero te he conocido en el destierro y he encontrado en ti un verdadero amigo. Hoy es el día de mi santo y te envío, juntamente con este billete, una medalla de Carlos VII, de las mismas que distribuía a mis heroicos voluntarios durante el combate. Llévala como un recuerdo mío y si alguno te dice que no puedes ostentarla oficialmente, contesta que nadie puede avergonzarse de ser cortesano de la desgracia.
Tu afectísimo,
El guapo Salvador cayó finalmente en las redes de la deslumbrante baronesa húngara Gisela Mikos de Tarródháza, con la que se casó el 21 de junio de 1871 en el castillo de Mikos en Hungría. Tuvieron tres hijas, las princesa María Josefa (nacida en 1872), María Gisela (nacida en 1874) y María Teresa (nacida en 1876).
En febrero de 1895, encontrándose de viaje turístico en Ajaccio (Córcega), Salvador falleció repentinamente a la edad de 45 años. Sus restos fueron trasladados al cementerio de San Miguel, en Venecia —residencia habitual de la familia— y en su sepultura figuran las armas principescas de los Iturbide.
Su viuda, doña Gisela, volvió a contraer matrimonio, cinco años más tarde, con el conde. Emil Jenison-WaIworth, de quien también enviudó. Ella falleció en Austria en 1921, a los setenta y cinco años.
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